EL VOLCÁN




      Las ruedas fueron deteniendo su giro a lo largo de la pista. Al fondo, esperaba la escasa docena de invitados con sus coches de lujo. Hasta allí descendían los truenos incandescentes del volcán que desde hacía dos noches padecía insomnio; hecho que, por encontrarse tan lejos de esta escena y a espaldas de los invitados, parecía no tener importancia. Al abrirse la portezuela, todos regalaron aplausos, hurras y bienvenidas, aunque ninguno de ellos pertenecía a la familia de la novia.

      De la avioneta salió el novio y se adelantó un paso para coger de la mano a la joven, que ignoró el gesto y se levantó el vestido para no tropezar. Algunos apreciaron el disgusto en el rostro del hombre y fueron testigos de su insistencia en sujetarla por la cintura con brazo firme. Ella liberó la otra mano lanzando el ramo hacia dos muchachas que había en tierra y que, desprevenidas, observaron cómo aterrizaba sobre la pista y se deshacía en hojas y flores polvorientas.

     Durante unos instantes, la levita color arena y el vestido recto de encaje ondearon encima del ala caliente. En un intento por recuperar el entusiasmo, le retiró el velo para besarla y pidió una foto. El tul intentó huir pero se lo impidió una diadema de diminutas rosas blancas.

     Subieron a un Rolls-Royce y horas más tarde, tras cena, halagos, auspicios y regalos, se encontraron por fin solos en el dormitorio de su nueva mansión. Nueve metros de puertas de cristal térmico protegían el interior del infierno nocturno. Ni siquiera hacía falta preocuparse de los mosquitos porque a esa temperatura debían estar muertos.  

       El corcho de una botella saltó al vacío llenando sus copas de ruido y de espuma. Hicieron sonar el cristal y bebieron sin decirse palabra. Él se fijó en las gotas que habían quedado en los labios de ella y aproximando los suyos preguntó:

         - ¿Te adaptarás a vivir aquí?
        - No lo sé-, y se levantó antes de que la boca de él tocara la suya.
     - Es cierto que este clima no es el de Ucrania, pero he preparado todo lo que necesitas para vivir feliz-, la miraba alejarse lentamente.
       - Todo aquí es inmenso, iyubov. Mi habitación tenía tres metros cuadrados y daba a un patio interior-, levantó la copa y observó las burbujas ascender hasta morir en la superficie.
      - Aquí tienes más de mil hectáreas..., el jardín, la laguna, las caballerizas, los bosques, las plantaciones y...
     - Cuando este horrible clima sudamericano se enfríe- le interrumpió-, saldré a conocerlo todo.
       - Por supuesto...-, se acercó hasta ella, que se había apoyado en los cristales, y la atrajo hacia sí.
     - ¿De qué son las plantaciones, iyubov? Han pasado cinco meses y todavía no me has hablado de los negocios que te llevaron al este de Europa...

       La miró con lascivia y al ir a quitarle la copa de las manos, ella la retuvo con fuerza y líquido y cristal fueron a estrellarse contra la alfombra de seda. Con una rapidez dolorosa, él desapareció en el baño y volvió con una toalla.

      - No ha sido mi intención-dijo más ajena que contrariada.
     - Tienes que tener cuidado-su tono se volvió lacerante-.  Cariño, hay pocas cosas que no soporte y una de ellas es la torpeza. Vas a tener que poner mucha atención. Cada cosa que ves es extremadamente valiosa. No sé si me entiendes.

           Aquellas palabras ensombrecieron su ánimo:

         - Claro.

        Abrió la puerta del jardín pero el viento que traía los roncos gritos del volcán le incendió el rostro y cerró de inmediato.

          - Ven aquí-, ordenó deshaciéndose de la toalla empapada.

         No se movió. Se quedó mirando el agua quieta y negra de una laguna que, de repente, se dio cuenta de que le pertenecía.

         - He dicho que vengas-, repitió más suave, desde el borde de la cama, como si con ese tono pudiera sobornar la hermosura.

         A miles de kilómetros de su país, y a pesar de que nadie la esperase al otro lado del océano, su deseo de vivir con un hombre veintitrés años mayor que ella cuyo cuerpo la repugnaba, a veces, le traía remordimientos.  

         - Dame un poco de tiempo para adaptarme, ¿quieres?
       - ¿A este lugar?-, se acercó a ella y la abrazó por la espalda. La fue empujando con delicadeza hasta echarla sobre la cama.

           De todos modos, pensó ella al buscar el interruptor de la luz cuando sintió encima el peso de su marido, tampoco él sabía con quién acababa de casarse.

       Bajo las sábanas, en la oscuridad completa, el magma se hacía cenizas.





VOLCÁN ARENAL. COSTA RICA




EL VOLCÁN, por Mª Pilar Álvarez Novalvos
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